viernes, 10 de diciembre de 2010

La elegancia del erizo.

Ante la hermosa, sublime, deliciosa, tremebundamente dichosa perspectiva que nos aguarda de otro fin de semana más de encierro en aMIR, no quisiera dejar escapar la última oportunidad de libertad hasta dentro de unas horas y recomendar la lectura de La elegancia del erizo.

"Me llamo Renée. Tengo 54 años. Soy la portera del número 7 de la calle Grenelle, un bonito palacete con patio y jardín interiores, divididos en ocho pisos de lujo. (...) Respondo muy bien al paradigma de portera que se espera de mí (...). La aparición de las cintas de vídeo y, más adelante, del DVD, cambió las cosas de manera aún más radical en lo que a mi beatitud se refiere. Como no es muy frecuente que una portera disfrute con Muerte en Venecia, y que de la portería provengan las notas de Mahler, recurrí a los ahorros conyugales, con tanto esfuerzo reunidos, y adquirí otro aparato que instalé en mi escondrijo. Mientras, garante de mi clandestinidad, el televisor de la portería berreaba sin que yo lo oyera insensateces para cerebros poco a nada refinados, yo podía extasiarme, con lágrimas en los ojos, ante los milagros del Arte".

"La gente cree ansiar y perseguir estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera. (...). En lo que a mí respecta, tengo 12 años, vivo en la calle Grenelle número 7, en un piso de ricos. Mis padres son ricos, mi familia es rica y por consiguiente, mi hermna y yo somos virtualmente ricas. Papá es diputado, después de haber sido ministro, y sin duda llegará a ser presidente de la Asamblea Nacional y se pimplará la bodega entera del palacete de Lassay, sede de dicha Asamblea. Mamá... mamá no es lo que se dice una lumbrera, pero tiene cultura. Es doctora en letras. Escriba sus invitaciones para cenar sin faltas de ortografía y se pasa el tiempo dándonos la tabarra con referencias literarias ("Colombe, no te pongas en plan Guermantes", "Tesoro, eres una verdadera sanseverina"). Pese a ello, ese a toda esta suerte y toda esta riqueza, hace mucho tiempo que sé que el destino es la pecera. ¿Que cómo lo sé? Pues porque da la casualidad de que soy muy inteligente. Excepcionalmente inteligente, incluso. (...). Como no me apetece mucho llamar la atención, y en una familia en la que la inteligencia se considera un valor supremo a una niña superdotada no la dejarían nunca en paz, en el colegio trato de hacer menos de lo que podría, pero aun así siempre soy la primera en todo".

En la obra, Renée y Paloma nos trasladan a un mundo donde las apariencias pierden importancia y adquieren relevancia las ideas hermosas y el pensamiento profundo, como herramienta para enriquecer y acariciar el alma.

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