martes, 15 de marzo de 2011

Sobre el examen prostático.

Hace unas semanas, deambulando por los mundos de la blogosfera, me topé con una joya que a todo estudiante de Medicina que ha tenido en sus manos el tratado sobre Medicina Interna de Farreras-Rozman no podría dejar indiferente: el blog de Ciril Rozman (Para todos los que compartáis mi entusiasmo, aquí os dejo el link: http://blogderozman.wordpress.com/).

Ojeando las entradas, un tema ha llamado mi atención: el examen prostático. Según explica el autor y, tal y como nos han recalcado en la carrera, el tacto rectal es una herramienta básica en el estudio de la patología prostática e identificación de las características del tejido.

Al leer estas palabras, el lejano rumor de la Bellaterra de mi infancia universitaria, me recuerda con claridad el sonido de una advertencia: Qui no fica el dit, fica la pota. Quién no recuerda al emblemático Dr. Doménech pronunciando estas palabras con solemnidad, al tiempo que nos aconsejaba de la imperiosa necesidad de hacer, al menos, tres tactos rectales antes de finalizar la carrera debido a la trascendental importancia en la adquisición de conocimientos al respecto.

Debo reconocer que, tras mi entusiasmo inicial, este artículo y el recuerdo del sabio consejo me ensombrecieron. ¡No! No había hecho nunca ningún tacto rectal. ¿Seré una mala médico dentro de... ug, tres meses? ¿No seré capaz de detectar un carcinoma de próstata en algún pobre paciente? ¿Suspenderé el examen práctico de final de curso si tengo que palpar la glándula prostática de algún maniquí? Quién sabe.

No obstante, ayer, por fin, me liberé de una minúscula parte de la pesada carga del desconocimiento. Sí, hice un tacto rectal. No palpé próstata, ya que se trataba de una mujer, pero aprendí, sobre todo, algo aún más importante: una forma delicada de comunicarle al paciente el procedimiento, en un intento de disminuir su incomodidad frente al mismo.


Bueno, ya sólo me quedan otros dos...